martes, 31 de mayo de 2011

El brujito de Gulubú

El Twist del Mono Liso

Canción de tomar el té.

La Biblioteca del aula

Objetivos:
Promover la formación de un lector independiente y crítico.
Contribuir a que todos los niños se apropien de la lengua escrita y lleguen a ser usuarios de la misma.
Descubrir el placer por la lectura.
Conocer diferentes producciones escritas para llegar a apropiarse, como lector y escritor, de las conversaciones propias de los diferentes géneros y estilos.

Fundamentación
Lo importante es que haya presente una necesidad, a partir de la cual sea indispensable leer. También se debe fomentar la "lectura por placer" y poner a disposición de los niños textos literarios que respondan a sus gustos y preferencias. De esta manera, y al utilizar las estrategias necesarias, lograremos el desarrollo de capacidades cognitivas que les permitan LEER Y COMPRENDER. Este planteo surge a partir de una necesidad institucional, ya que se observaron serias dificultades en la adquisición de capacidades para la comprensión lectora. El objetivo principal es posibilitar situaciones propicias que ayuden a la aplicación de estrategias para la comprensión y a desarrollar hábitos lectores. Para abordar este tema existen en la actualidad dos grandes tendencias:
·   Una parte del concepto “Lengua”, planteándose qué es; para qué sirve; cómo se la debe enseñar.  No entiende a la lectura como el desarrollo de técnicas y habilidades, únicamente, sino que la relaciona con el uso del lenguaje y el aprendizaje de la Lengua en general.
·   Otra piensa al lector desde la psicología cognitiva y tiene en cuenta los procesos que este pone en juego cuando lee. Se plantea la forma de procesar la información que el texto brinda y se preocupa por construir su significado.
Los dos están íntimamente relacionados y es necesario que se complementen. Sabiendo que la Lengua es acción, se la debe aprender en uso, no sólo como un sistema de signos y códigos. Si por ejemplo les pedimos a nuestros alumnos que reconozcan y clasifiquen todos los adjetivos sustantivos y verbos, que contiene un texto y que además lo separen en oraciones, únicamente habremos logrado un muestreo de contenidos. Si por el contrario partimos de los intereses los chicos o de una experiencia real, lograremos que se den cuenta que su Lengua sirve para comunicarse, para relacionarse con los demás y para conocerse a sí mismos. Lo importante es que haya presente una necesidad a partir de la cual sea indispensable leer. También se debe fomentar la lectura por placer poner a disposición de los niños textos literarios que respondan a sus gustos y preferencias. Para enfocar el trabajo en el área Lengua entonces, será requisito primordial tener muy en cuenta el TEMA y la MOTIVACIÓN y a partir de estos dos conceptos plantear actividades y secuencias. Unas palabras de Jorge Luis Borges nos comprender mejor lo expuesto: “Hablar de lectura obligatoria es como hablar de felicidad obligatoria”. Como reflexión final recordemos que, en nuestra tarea de docente de cualquier área, es importante tener en cuenta que la LECTURA, no funciona como tal, si no se produce la COMPRENSION.

Estrategias para tener en cuenta:
·   Hacer actividades de pre-durante y pos- lectura (anticipar - predecir - inferir a partir del título del texto, de la tapa, de las imágenes o de la lectura de uno de los párrafos finales)
·   Descubrir dificultades de comprensión mientras transcurre el proceso de enseñanza aprendizaje.
·   Trabajar la variedad de textos.
·   Dar sentido y contexto al acto de leer.
·   Respetar gustos y preferencias.
·   Permitir el intercambio oral de interpretaciones.
·   Propiciar momentos para la escucha y la lectura por placer.


Actividades:
Seleccionar un texto que les agrade para contar el contenido al resto de los compañeros.
Diariamente (10 o 15 minutos) realizar la lectura de una novela lectura realizada por el docente, para estimular el placer y despertar el interés por la lectura.
Luego que finalizó la lectura del libro o novela:
1. Ver el video del libro leído.
2. Establecer similitudes y diferencias.
3. Confeccionar dibujos, resúmenes, cambios de personajes, de finales.
4.  Dramatizar distintas escenas.
Organizar un tiempo semanal para la lectura libre, con material de cualquier clase, traído por los chicos o de la biblioteca áulica.
Organizar las fichas de los libros de la biblioteca áulica.
1.   Nombre del libro.
2.   Autor.
3.   Cantidad total de páginas.
4.   Observando la tapa cuento lo que imagino que tratará el libro.
5.   Una vez que leyó el libro, deberá confeccionar una ficha para animar a otros niños para elijan ese libro y lo lean.
· Dramatizar textos asumiendo diferentes roles.
· Argumentar distintas posturas de determinados personajes.


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Planificación 1° grado

Lengua:
Propósitos
Contenidos
Actividades
Valorar la función comunicativa, comprensiva y productiva de la lengua.

Apreciar la importancia de la lengua escrita como transmisora de conocimientos, emociones, sentimientos, en forma perdurable e inalterable.

Valorar la producción escrita como manifestación de la propia identidad.

Iniciar el conocimiento de la literatura en función del placer y la recreación.
Lengua oral
- Comprensión espontánea.
- Fórmulas sociales en intercambios cotidianos.
- Instrucción y consigna oral.
- Pregunta y respuesta.
- Narración.
- Comprensión lectora.
- Exposición breve con soporte gráfico: lectura de imágenes.
- La escuela: mediatizada o en presencia de interlocutores.
- Diferentes tipos de lenguajes.
Lengua escrita
1) Lectura:
- Significación social y personal de la lectura.
- Lectura comprensiva silenciosa y en voz alta.
- La entonación.
- Interpretación y comprensión de texto.
- Reconocimiento de núcleos temáticos.
2) Escritura:
- Significación social y personal de la palabra escrita.
- Dibujo, gráfico y escritura.
- Unidades básicas de la escritura: texto, oración, palabra y letra.
- Tipos de letra: mayúscula y minúscula. Imprenta y cursiva.
- Fonemas y grafemas.
- Ortografía básica: puntuación y vocablos vistos.
- Noción de oración y palabra.
- Noción de texto: configuración general de la narración y el diálogo.
- Producción de texto (mediada y espontánea).
- Coherencia de la idea general y mantenimiento del tema en el texto.
- Diferentes portadores de textos: historieta, noticia, receta, reglamento.
3) Discurso literario:
- Literatura escrita: cuento, poesía, leyenda, fábula, obras de teatro.
- Comentarios, intercambios de opiniones, debates.
- Saludos.
- Explicación de las reglas de los juegos.
- Ping-pong de preguntas.
- Lectura e interpretación.
- Historias desordenadas. Ordenar secuencias con viñetas y contar qué pasó.
- Intercambios orales entre pares.
- Lectura de historias (diferentes portadores).
- Hora (o rincón) de lectura.
- Juegos con mímica, dramatizaciones, interpretaciones gráficas, audibilización y visualización.
- Lectura de diferentes portadores de texto (cuento, historieta, receta, periódico, etcétera).
- Intercambio de opiniones.
- Responder y completar distintos tipos de cuestionamientos guía.
- Mensajes, cartas, invitaciones, carteles, señales, etcétera.
- Diferencias entre dibujos, gráficos y palabras o letras.
- Deletreo. Separar las palabras dentro de una oración.
- Separar oraciones en un texto corto. Sopa de letras.
- Separar en sílabas a través de palmadas, golpecitos con los pies, etcétera.
- Unir por correspondencia una letra imprenta mayúscula con su correspondiente cursiva minúscula.
- Juego de cómo se llama y cómo suena. Observación del punto y modo de articulación de cada letra con el espejo.
- Juego de la oca.
- Autocorrección entre pares o con lo que la maestra escribe en el pizarrón. Tutti-fruti, crucigramas.
- Redactar oraciones con palabras dadas. Ordenar oraciones con palabras desordenadas.
- Siluetas de la narración: introducción, nudo, desenlace.
- Silueta del diálogo: presentación, diálogo, cierre. Inventar la introducción, el nudo o el final de un cuento. Completar diálogos pautados, dados la presentación y el cierre. Dramatizarlos.
- Narración de acontecimientos cotidianos.
- Narración de una historia pautada con dibujos secuenciados.
- Narración de una historia pautando los distintos momentos con cuantificadores (Había una vez... Luego... Finalmente...).
- Lectura grupal de sus producciones y comentarios.
- Reconocimiento y aplicación práctica en trabajos grupales.
- Escucha placentera de la lectura por parte de la docente.

lunes, 30 de mayo de 2011

La vaca estudiosa

La Reina Batata

El regalo del cardón

Hace mucho tiempo, aunque ya se practicaba la agricultura en los valles, la vida seguía siendo dura en los cerros y las punas, porque allí los pastorcitos sufrían la sed cuando marchaban tras sus rebaños. Uno de esos pastorcitos se había enamorado de una joven como el pero hija del curaca, el jefe de la comunidad. Cada vez que regresaba a la aldea – después de una larga jornada - , la saludaba desde lejos y ella le sonreía, le sonreía. El curaca no quería ni oír del amor entre los jóvenes. Soñaba con otro destino para su hija (¡seguro, el hijo de otro jefe!), y odiaba al pastorcito. Quizás esa prohibición los acerco. El chico, un día, junto coraje y le hablo: la quería con toda su alma y no se resignaba a vivir sin ella. La joven también le confeso sus sentimientos, y, sabiendo de antemano la oposición que encontrarían, escaparon hacia la montaña. A la mañana siguiente, muy temprano, cuando el muchacho debió marchar con los animales y el grupo de pastores, sus compañeros notaron su falta, pero partieron igual. Rato después, el jefe se levanto para iniciar su labor del día. Advirtió la ausencia de su hija y se sorprendió, porque ella nunca faltaba a esa hora. Algo malicio porque despacho un chasqui al cerro para saber si el pastorcito había marchado con las llamas. ¡Y no le cupo duda!  Convoco entonces a sus guerreros para salir en busca de los enamorados, apresarlos y darles su merecido. Los jóvenes sospecharon que el airado curaca andaría tras ellos. Llevaban horas de delantera, pero conocían la firmeza y la capacidad del jefe y sus guerreros. Apelaron entonces a la Pachamama, la Madre de los cerros, protectora de los cultivos de maíz y de la quinua, la que ampara siempre a quienes le manifiestan su respeto. En lo mas alto del cerro cavaron un hoyito, depositaron en el los alimentos que llevaban y los cubrieron con piedras; allí mismo hicieron una apacheta, uno de esos altares a cielo abierto queen plena montaña reverencian a la Madre generosa. Y cuando la apacheta había tomado forma y el curaca y sus guerreros trepaban la cuesta acercándose a los fugitivos la apacheta se abrió como un manto protector y recogió en su regazo a los dos enamorados. El airado jefe y sus hombres llegaron jadeantes a la cumbre, pero sólo encontraron una apacheta recién hecha ¡y ni rastros de los fugitivos! Tuvieron que volver a la aldea, y cuando el curaca finalmente se resigno, junto a la apacheta brotó una nueva planta, hasta entonces desconocida, que en la sequedad de esas alturas formó un grueso tronco, espinudo, alto y recto y con sus brazos al cielo: ¡era el pastorcito convertido en cardón, agradeciendo para siempre a la Pachamama! Desde entonces, los que marchan por el cerro solo tienen que voltear un cardón para encontrar en su esponjosa y jugosa madera que parece de papel, el agua que saciará la sed de hombres y animales. Y cuando las nubes se amontonan y las montañas resuenan con el trueno que anuncia tormenta, sobre el pecho verde del cardón nace una flor blanca para anunciar la lluvia que bendecirá la tierra: es ella, la enamorada, convertida en flor por la Pachamama.

La Leyenda de la Yerba Mate

Mucho tiempo hacía que Así, la luna, miraba llena de curiosidad y de deseo desde su cielo oscuro los bosques profundos con que Tupa, el poderoso dios de los guaraníes, había recubierto la tierra. Los ojos claros de Así recorrían la yerba fina y suave de las laderas, los altos árboles que alargaban sus sombras en la noche luciente, los ríos de aguas centelleantes, y su deseo de bajar hasta el bosque se iba haciendo cada vez más ardiente. Entonces Así llamó a Aria, la nube rosada del crepúsculo, y le dijo:
- ¿Quieres bajar conmigo a la tierra?
Aria, la dulce compañera de la diosa, se quedó asombrada del extraño deseo de Así. Pero ésta siguió apremiante:
- Sí. Ven conmigo, Aria. Mañana por la tarde dejaremos el cielo azul y nos meteremos por el bosque, entre los altos árboles.
- Pero todos sabrán lo que hemos hecho; al llegar la noche notarán tu ausencia.
Así sonrió mientras sus ojos brillaban brumosamente.
- Sólo las nubes, tus hermanas, lo sabrán. Las llamaré, les pediré que vengan veloces y apretadas. Cubrirán todo el cielo y nadie sabrá nuestra aventura.
Las palabras de Así convencieron a la nube rosada, y al atardecer del día siguiente, dos hermosas doncellas paseaban por el bosque solitario, mientras negras y densas nubes amenazaban la tierra con su aspecto tormentoso. Así miraba entusiasmada los árboles, que ofrecían sus frutos olorosos; las ramas susurrantes, movidas por el viento; el verde de las hojas, casi blanco cuando ella se acercaba. Así sintió bajo sus pies desnudos la húmeda suavidad de la yerba, y vio su hermoso rostro lunar reflejado en las aguas profundas de los ríos. Así y Aria eran felices en su correría a través del bosque; pero sus cuerpos se iban fatigando. Caminaban en la noche oscura dejando a su paso una sombra de luz. A lo lejos, en un claro del bosque, vieron una ruinosa cabaña, y hacia ella se encaminaron para buscar un poco de reposo, pues, aunque eran diosas en su morada celeste, sentían el cansancio bajo la forma de doncellas. De pronto, sus aguzados oídos sintieron el leve chasquido de una ramita al quebrarse. Así volvió su rostro radiante hacia aquel lugar, y su luz iluminó a un tigre, un yaguareté que se abalanzó sobre ellas a la vez que quedaba deslumbrado por la repentina luminosidad. Las dos doncellas no tuvieron tiempo de perder su forma corpórea, pero si de hacerse rápidamente hacia un lado, mientras el tigre fallaba en su ataque. Después vieron como un hombre, de edad avanzada, pero con instinto y experiencia de cazador, venía en su auxilio y luchaba con el yaguareté. El bosque quería ofrecer a las dos diosas una última y singular aventura. Aquel hombre sabía esquivar diestramente su cuerpo de las garras del tigre a la vez que le hundía su cuchillo repetidamente: sin embargo, no parecía por eso llevar ventaja sobre el animal. Con un esfuerzo nada común se lanzó por última vez sobre el yaguareté; la hoja del cuchillo brilló un momento en el aire y cayó pesadamente sobre la cabeza del tigre, que quedó separada del cuerpo. El viejo indio había vivido remozado durante los últimos minutos que duró la lucha; parecía como si todo el vigor de su juventud hubiese vuelto a su brazo poderoso; pero, en cuanto el tigre hubo muerto, sus brazos colgaron pesados a lo largo del cuerpo, aunque la mano seguía sujetando con fuerza el ensangrentado cuchillo. Después, con la respiración aún jadeante, sus ojos buscaron a las dos muchachas.
-Ya no tenéis por qué temer - les dijo -. Ahora os ruego, hermosas jóvenes que aceptéis la hospitalidad que puedo ofreceros en mi cabaña. Así y su compañera aceptaron gustosas la invitación a la vez que elogiaron el valor y la destreza que el viejo indio había demostrado en la lucha. Después fueron tras él y entraron en la choza.
- Sentaos sobre esas esteras mientras aviso a mi mujer y a mi hija para que vengan a ofreceros los deberes de la hospitalidad - dijo el viejo.
Y desapareció de aquel lugar, mientras las dos jóvenes se miraban llenas de asombro sin atreverse a decir ni una palabra. A su alrededor todo era ruinoso y miserable, y, si ya les había llamado la atención que un solo hombre viviese en aquellas soledades, su asombro subió al enterarse que dos mujeres vivían junto a él. Su aventura por la tierra iba adquiriendo una serie de matices insospechados. Pero no les dio tiempo a divagar, porque las dos mujeres anunciadas, llenas de afectuosidad, entraron donde ellas estaban.
-Venimos a ofreceros nuestra pobreza dijo la mujer del viejo indio.
Pero Así y Aria apenas si se daban cuenta de lo que les decía, pues habían quedado maravilladas por la hermosura de la joven, que, llena de un tímido recato, estaba ante ellas.
-No tenéis que esforzaros - dijo, por fin, Así saliendo de su asombro - Os agradeceremos cualquier cosa que podáis ofrecernos, pues hemos caminado por el bosque desde el atardecer y estamos más fatigadas que hambrientas.
La joven se apresuró entonces a traer unas tortas de maíz que, guardadas sobre el rescoldo de la lumbre, habían conservado su tibieza y blandura. Pero lo que las dos diosas no supieron en aquel momento, ya que bajo forma humana habían perdido algunos de sus poderes divinos, era que aquellas sabrosas tortas estaban hechas con el único maíz que quedaba en la cabaña. Durante un buen rato el viejo matrimonio y la hermosa doncella procuraron hacer grata la estancia de las diosas; pero Así permanecía un poco ajena a lo que decían. Encontraba tan fuera de lo natural que aquellas tres personas viviesen allí, alejadas de los demás hombres y expuestas a los peligros de las fieras, que no podía apartar la idea de que en todo ello había algún misterio. Y, no pudiendo más en su curiosidad, pregunto, por fin, procurando que sus palabras no dejasen ver su deseo, sino más bien como quien pregunta algo al azar:
-¿Hay alguna otra cabaña cerca de ésta?
- No - contestó el viejo indio -; vivimos aquí completamente aislados de los demás hombres. No, hay ninguna cabaña próxima.
- ¿Y no sentís temor en estas soledades? - inquirió de nuevo Así.
Pero el viejo, sabía callar lo que le interesaba y respondió evasivamente:
-No, no, ninguno. Hemos venido aquí a vivir por nuestro gusto.
Después se levantó, no sin cierta ceremonia en sus ademanes y dijo:
- No quisiera fatigar a quien se acoge bajo nuestro techo, pues Tupa mira con desagrado al que no cumple dignamente la hospitalidad con sus semejantes. Por tanto, os dejaremos reposar lo que queda de la noche. Mañana, si vuestro deseo es abandonar estos bosques, os acompañaré hasta donde no exista ningún peligro.
Y, una vez dicho esto, salió seguido de su mujer y su hermosa hija. Cuando Así se vio nuevamente a solas con Aria dejó que su clara luz iluminase la estancia, pues desde que encontraron al indio en el bosque la había replegado y oscurecido sobre sí misma para no descubrirse. Después oyó que Aria le decía:
-¿Qué hacemos ahora, Así? ¿Volvemos a nuestra morada y dejamos que estas gentes crean que nuestro encuentro ha sido un sueño?
Así movió negativamente la cabeza.
-No, no, Aria. Estoy llena de curiosidad por saber cuál es el motivo que les ha hecho retirarse a estas soledades y encerrar con ellos a esa hermosa joven. Y, si no logramos que nos lo digan, nuestro poder no es suficiente para adivinarlo. Esperemos a mañana.
Aria no acababa de sentir la curiosidad de Así; pero era amiga de la pálida diosa, y accedió a su deseo, aunque no le agradaba mucho pasar la noche en la ruinosa cabaña. Llegó la nueva luz, y con ella Así anunció al viejo que había llegado el momento de marchar.
- Esperamos - le dijo - que, así como os habéis comportado con nosotros tan amablemente, nos acompañéis, según dijisteis, hasta el linde del bosque.
Pero no hacía falta que la diosa le recordase su promesa, pues el hombre era hospitalario y veraz, y se puso en seguida a disposición de sus deseos. Salieron la mujer y la hija a despedir a las dos aventureras doncellas; que, acompañadas del viejo, emprendieron el camino. Apenas se habían apartado del claro del bosque donde estaba la cabaña, cuando Así, con toda su fría astucia, intentó que su acompañante les dijera lo que tanto deseaba. Pero el viejo había intuido el deseo de la joven, y, atribuyéndolo a curiosidad propia de mujer, se decidió a satisfacerlo, y le dijo:
- Hermosa doncella, bien veo que os ha llamado la atención el alejamiento en que vivo con mi mujer y mi hija; mas no penséis que hay en ello ningún motivo extraño. Así, que había empezado a regocijarse con las primeras palabras del viejo, sintió el temor de que éste no continuase, al ver que hacía una pausa en su comenzado relato. Entonces Aria, la rosada nube, hizo un intento para que el deseo de su amiga quedase satisfecho, y preguntó:
- ¿Y hace mucho tiempo que vivís en el bosque?
- Si, ya hace bastante, y no puedo quejarme de esta soledad, porque ella me ha dado la tranquilidad que empezó a faltarme cuando vivía entre los de mi tribu.
Entonces el viejo indio, ya dispuesto a la confidencia, contó a las dos jóvenes el motivo por el que se había retirado a vivir en 1a humilde cabaña donde ellas le habían acompañado. Durante su vida juvenil había vivido junto a los de su tribu, una tribu como las muchas que estaban en las proximidades de los grandes ríos, dedicadas a la caza y a la lucha. Allí conoció a la que fue su mujer, y su alegría no tuvo límites el día en que nació su hija, una niña tan llena de hermosura, que aumentaba el gozo natural de sus padres. Pero esta alegría se fue trocando en preocupación a medida que la niña fue creciendo, pues era tan inocente, tan llena de candor y tan falta de malicia, que el padre empezó a temer el día en que perdiera tan hermosos atributos. Poco a poco, el desasosiego, la inquietud y el temor invadieron el espíritu del indio hasta que determinó alejarse de la comunidad en que vivía para que en la soledad pudiese su hija guardar aquellas virtudes con que Tupa la había enriquecido.
- Abandoné todo lo que no me era necesario para vivir en el bosque - dijo el viejo - y, sin decir a nadie hacia dónde iba, huí como un venado perseguido, hacia la soledad. Desde entonces vivo allí. Sólo el cariño que tengo a mi hija pudo hacerme cometer esta especie de locura. Pero soy feliz, vivo tranquilo. Calló el viejo y ninguna de las dos supo qué contestarle. Entonces Así, viendo que el linde del bosque estaba cerca, le pidió que las dejase, después de prometerle que a nadie hablarían de su encuentro. Accedió el viejo indio, y, una vez que Así y Aria se vieron solas, perdieron sus formas humanas y ascendieron a los cielos. Pasaron algunos días, en los que la pálida diosa no podía olvidar las aventuras y sobre todo el encuentro que había tenido en el bosque, y, observando al viejo indio desde su soledad celeste, comprendió todo el valor de la hospitalidad que aquél les había ofrecido en su cabaña, pues vio que las tortitas de maíz, de que tanto gustaban todas aquellas tribus, habían desaparecido de su alimento. Era indudable que las que les fueron ofrecidas habían sido las últimas que tenían. Entonces, una tarde, volvió a hablar con Aria y le contó lo que había observado.
 Yo creo - dijo la nube sonrosada - que debemos premiar a aquellas gentes. ¿Qué te parece, Así ?
-  Lo mismo he pensado yo, y por eso he querido hablar contigo. Podríamos hacer, ya que el viejo tiene ese cariño por su hija, tan fuera de lo común, que nuestro premio recayese sobre la joven.
- Has pensado bien, Así. Y como fue tan hospitalario, y sabes que Tupa se alegra de que los hombres sean de ese modo, tendremos también que demostrárselo.
Desde aquel momento, las jóvenes diosas se dedicaron con afán a buscar un premio adecuado. Por fin, se les ocurrió algo verdaderamente original y, con el mayor secreto, se decidieron a ponerlo en práctica. Para ello, una noche infundieron a los tres seres de la cabaña un sueño profundo, y, mientras dormían, Así en forma de blanca doncella fue sembrando, en el claro del bosque que delante de la choza se extendía, una semilla celeste. Después volvió a su morada, y desde el cielo oscuro iluminó fuertemente aquel lugar, a la vez que Aria dejaba caer suave y dulcemente una lluvia menuda que empapaba amorosamente la tierra. Llegó la mañana,
Así quedó oculta bajo el sol radiante, pero su obra estaba concluida. Ante la cabaña habían brotado unos árboles menudos, desconocidos, y sus blancas y apretadas flores asomaban tímidas entre el verde oscuro de las hojas. Cuando el viejo indio despertó de su profundo sueño y salió para ir al bosque, quedó maravillado del prodigio que ante la puerta de su choza se extendía. Desde ella estaba quieto y silencioso queriendo comprender lo que había sucedido, pero a la vez con un soterrado temor de que sus ojos y su mente no fuesen fieles a la realidad. Por fin, llamó a su mujer y a su hija, y, cuando los tres estaban extáticos mirando lo que para ellos era un prodigio, otro mayor acaeció ante sus ojos y les hizo caer de rodillas sobre la húmeda tierra. Las nubes, que desperdigadas vagaban por el cielo luminoso, se juntaban apretadamente y lo tornaron oscuro, al mismo tiempo que una forma blanquísima y radiante descendía hasta ellos. Así, bajo la figura de doncella que habían conocido, les sonreía confiadamente.
- No tengáis ningún temor - les dijo -. Yo soy Así, la diosa que habita en la luna, y vengo a premiaros vuestra bondad. Esta nueva planta que veis es la yerba mate, y desde ahora para siempre constituirá para vosotros y para todos los hombres de esta región el símbolo de la amistad. Y vuestra hija vivirá eternamente, y jamás perderá ni la inocencia ni la bondad de su corazón. Ella será la dueña de la yerba.
Después, la diosa les hizo levantar del suelo donde estaban arrodillados, y les enseño el modo de tostar y de tomar el mate. Pasaron algunos años, y al viejo matrimonio le llegó la hora de la muerte. Después, cuando la hija hubo cumplido sus deberes rituales, desapareció de la tierra. Y, desde entonces suele dejarse ver de vez en vez entre los yerbales paraguayos como una joven hermosa y rubia en cuyos ojos se reflejan la inocencia y el candor de su alma.

El anillo

Un alumno llegó a su profesor con un problema: -    Estoy aquí, profesor, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Dicen que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy tonto y muy idiota. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El profesor, sin mirarlo, le dijo:
-    Lo siento mucho joven, pero ahora no puedo ayudarte. Primero debo resolver mi propio problema, tal vez después …
Y haciendo una pausa dijo:
-    Si tú me ayudas y puedo resolver mi problema rápidamente, quizás pueda a resolver el tuyo.
-    Claro profesor – murmuró el joven.
El profesor se sacó un anillo que llevaba en el dedo pequeño, se lo dio al joven y le dijo:
-    Toma un caballo y vete al mercado. Debes vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es preciso que obtengas por él el máximo posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y vuelve con la moneda lo más rápido posible.
El joven tomó el anillo y se marchó. Cuando llegó al mercado empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Ellos miraban con algún interés, atendiendo al joven cuando decía cuánto dinero pretendía por el anillo. Cuando decía que una moneda de oro, algunos se reían, otros se apartaban sin mirarlo. Solamente un viejito fue amable de explicarle que una moneda de oro era mucho valor para comprar un anillo. Intentando ayudar al joven llegaron a ofrecerle una moneda de plata y una jícara de cobre, pero el joven seguía las instrucciones del profesor de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazaba las ofertas.
Después de ofrecer la joya a todos los que pasaban por el mercado y, abatido por el fracaso, se subió al caballo y regresó. Entró en la casa y dijo:
-    Profesor, lo siento mucho, pero es imposible conseguir lo que me pidió. Tal vez pudiese conseguir 2 o 3 monedas de plata, pero no creo que se pueda engañar a nadie con el valor del anillo.
-    Importante lo que dices, joven – le contestó sonriente el profesor – Primero debemos saber el valor real de ese anillo. Vuelve a tomar el caballo y vas a ver al joyero del pueblo. ¿Quién mejor que él para saber su valor exacto? Pero no importa cuánto dinero te ofrezca, no lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven fue a ver al joyero y le dio el anillo para que lo examinara. El joyero lo examinó cuidadosamente con una lupa, lo pesó y le dijo al joven:
-    Dile a tu profesor que, si lo quiere vender ahora, no puedo darle más que 58 monedas de oro.
-    ¡¿58 MONEDAS DE ORO?! – exclamó el joven.
El joven corrió emocionado a la casa del profesor para contarle lo ocurrido.
-    Siéntate – dijo el profesor, y después de escuchar todo lo que el joven le contó, le dijo – tú eres como ese anillo, una joya valiosa y única. Solamente puede ser valorada por un especialista. ¿Pensabas que cualquiera podía descubrir tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a colocarse su anillo en el dedo.

TODOS SOMOS COMO ESA JOYA. VALIOSOS Y ÚNICOS. ANDAMOS POR TODOS LOS MERCADOS DE LA VIDA PRETENDIENDO QUE PERSONAS INEXPERTAS NOS VALOREN.

El colectivo fantasma

El más fastidioso de los muertos se llamaba Tomás Bondi. Frecuentemente el encargado del cementerio encontraba tierra removida junto a la tumba de Tomás y advertía que la lápida de mármol, donde decía "Tomás Bondi (1939-2004) Premio Volante de Oro al mejor colectivero", estaba corrida un metro o quizás dos. El finado Tomás Bondi extrañaba a su colectivo. A diferencia de los demás muertos, a quienes a lo sumo se les daba por aullar o salir a dar una vuelta convertidos en fantasmas, él necesitaba manejar un poco su colectivo.  Salía de la tumba, pasaba ante el encargado del cementerio, que no lo veía porque los fantasmas son invisibles, y caminaba treinta cuadras hasta la empresa de transporte donde en vida había trabajado. Se metía en el galpón donde quedaban estacionados los vehículos y cuando veía a su colectivo, el 121, casi lloraba de emoción. Al rato se ponía a pasarle una franela. Limpiaba los espejitos, lustraba los faros, les sacaba brillo a los vidrios. El problema era el sereno. En cuanto veía que un trapo limpiaba al colectivo, solo, sin ser sostenido por nadie, salía corriendo y abandonaba el puesto de trabajo. Después, Tomás Bondi ponía al 121 en marcha y salía a dar una vuelta. Se detenía en todas las paradas y la gente subía. Cuando notaban que era un colectivo que nadie manejaba, trataban de escapar despavoridos, pero Tomás ya había arrancado y cerraba las puertas. Recién se podían bajar en la parada siguiente. Por un tiempo la gente habló con terror de aquel colectivo sin conductor pero luego empezó a notar que no era peligroso. Además se detenía junto al cordón de la vereda como corresponde, esperaba a que subieran las viejitas y nunca pasaba un semáforo en rojo.
- Como si lo manejara el finado Tomás Bondi - comentó una vez un jubilado.
            La gente comenzó a dejar pasar a los colectivos conducidos por chóferes y se quedaba esperando el 121 porque en él, encima, no había que pagar boleto. Un día los dueños de la empresa de transporte decidieron abandonar el colectivo fantasma en un desarmadero donde se apilaban restos de camiones, autos y otras chatarras. La siguiente vez que Tomás Bondi salió de su tumba y fue a buscar a su colectivo, no lo encontró. Fue terrible para él y volvió llorando al cementerio. Se metió en el ataúd, cerró la tapa, corrió la lápida con la mente, acomodó la tierra y comenzó a emitir tristísimos aullidos que le ponían los pelos de punta al encargado del cementerio. Así pasó una semana. Para entonces los empleados del desarmadero terminaron de separar cada parte del 121 y finalmente un domingo el colectivo murió. Esa misma noche se convirtió en fantasma de colectivo, idéntico a como era en vida, pero invisible. Encendió su motor, acomodó los espejitos y arrancó. A las doce de la noche Tomás estaba aullando como hacía últimamente, cuando de pronto escuchó algo que le pareció un sueño: la bocina del 121. ¿Cómo podía ser? Pero era. Tomás salió de la tumba a toda carrera y en la entrada al cementerio encontró al 121 fantasma. Desde entonces Tomás sale todas las noches a dar una vuelta en el 121 y lleva a pasear a todos los muertos del cementerio. Como no alcanzan los asientos, muchos tienen que ir parados, otros van colgados del estribo y dos, que en vida trabajaron en un circo, van en el techo haciendo acrobacias. Ninguna persona viva puede ver ni oír al 121 aunque Tomás pone la radio a todo volumen, toca bocinazos en las esquinas y los muertos cantan canciones de hinchadas de fútbol. Las noches en la ciudad volvieron a ser silenciosas. El encargado del cementerio también pasa las noches tranquilo porque los muertos, cuando regresan del paseo, acomodan sus tumbas prolijamente y se van a dormir.

“Chicos las brujas no existen”

Había una vez un reino en el que los chicos vivían muy tristes y asustados porque siempre aparecían las brujas enanas. Estas eran unas brujas así de chiquititas, que usaban un gorro con pompón hasta las orejas y tenían una nariz de zanahoria tan larga, pero tan larga, que se la tenían que atar con un moño en la punta para no pisársela, y además les quedaba un solo diente horrible en la boca. Estas brujas, feas y malísimas jamás molestaban a las personas grandes: sólo les hacían brujerías a los chicos. Lo peor de todo era que cuando ellos lo contaban, nadie les creía. Las personas grandes siempre les contestaban lo mismo: “Niños, las bujas no existen”. Un día los chicos las vieron entrar a la escuela y escribir las paredes con tizas, témperas y marcadores. Entonces corrieron a avisarle a la Señorita Pepa, que era la directora.
-     ¡Señorita, señorita! ¡Las brujas están escribiendo las paredes de la escuela!
                Pero la Señorita Pepa como siempre les contestó:
-     Niños, las bujas no existen.
                Los chicos, entonces, trataron de borrar lo que las brujas habían escrito, antes de que nadie lo viera. Demasiado tarde. Ahí estaba la Señorita Pepa parada justito frente a la pared leyéndolo todo: “¡La Señorita Pepa es gorda!”, “¡La Señorita Pepa tiene orejas de burro!”. “¡La Señorita Pepa tiene cara de chancha!”…
-     ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! – gritaba la Señorita Pepa. Y le dio un patatús.
                Fue inútil que los chicos trataran de explicar que ellos no lo habían escrito, que habían sido las brujas, que ellos las habían visto. Nadie les creyó. Les hicieron limpiar todas las paredes de la escuela y tardaron tantos pero tantos días que no pudieron aprender nada y tuvieron que repetir el grado.
                Mucho peor fue cuando las brujas enanas los embrujaron y los dejaron sin poder hablar. Los chicos no podían decir ni una palabra y cada vez que querían hablar lo único que conseguían era sacar la lengua así: “¡Dbbbbbbbbbbbd!”. Esa mañana, los chicos llegaron a la escuela como todas las mañanas, y la Señorita Pepa los saludó, como todas las mañanas también:
-     ¡Buenos días, niños! – nadie le contestaba.
-     ¡Buenos días, niños! – nadie le contestaba.
-     ¡Buenos! ¡Días! ¡Niños! He dicho.
                Y entonces los niños le hicieron: “¡Dbbbbbbbbbbbd!”.
-     ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! – gritaba la Señorita Pepa. Y le dio un patatús.
                La Señorita Pepa los retó, los retó la mamá, los retó el papá, la tía y la abuelita. Todos decían lo mismo: ¡Esto no es posible! ¡Estos chicos son unos maleducados! ¡Qué barbaridad! ¡Dónde lo aprendieron! ¡Qué no se vuelva a repetir! Y bla, bla, bla, bla. Pero cuando ellos querían explicar que todo esto era cosa de las brujas, las personas grandes les contestaban siempre lo mismo: “Niños, las bujas no existen”.
                Los chicos cansados de tanto reto y tanta penitencia injusta, decidieron ir a pedirle ayuda al Rey.
-     Su excelentísima Majestad – le dijeron – estas brujas siempre se la agarran con nosotros. Es decir, con los chicos.
-     ¡Ajá! – dijo el Rey.
-     Y no puede ser, porque después nosotros pagamos el pato. Es decir nos retan.
-     ¡Ajá, ja! – dijo el Rey.
-     Y ya estamos cansados. Los grandes son unos vivos porque a ellos no les pasa nada. Es decir, nunca nada con las brujas.
-     ¡Ajá, ja, ja! – dijo el Rey.
-     Y queremos pedirle que ordene que las atrapen de una buena vez. Es decir, que atrapen a las brujas.
-     ¡Imposible! ¡Imposible! ¡Imposible! – les contestó el Rey.
-     Y ¿Por qué? – preguntaron los chicos desilusionados.
-     Porque niño, las brujas no existen – dijo el Rey.
                Y los chicos se dieron cuenta que encontrar a un solo grande que les creyera era más difícil que atrapar a una bruja… que atrapar a una bruja… que atrapar a una bruja… ¡ATRAPAR A UNA BRUJA! Atrapar a todas las brujas. Ellos solos. Eso sí podían hacerlo. Al principio, algunos tuvieron miedo: “Que tengo que hacer los deberes”, “Que mi mamá no me deja atrapar brujas”, “Que nos van a retar”, “Que tengo que ir a visitar a mi abuela justo ese día”, y que sí y que no, y que al final el miedo se les había pasado y nadie quería dejar de ir.
                Esa noche, cuando los grandes estuvieron bien dormidos, salieron de sus casas en puntitas de pie y se fueron a la plaza. Cada uno traía una cacerola enorme y también un globo de gas atado a un piolín. Y todos, todos, hasta los bebés de un año se habían disfrazado de brujas enanas, con una nariz de zanahoria y un gorro de pompón hasta las orejas. Se escondieron entre los árboles para esperar a las brujas. Temblaban de miedo. Temblaban tanto que la nariz de zanahoria se les sacudía así: pingui, pingui, pingui.
                De repente las vieron llegar. Las brujas venían arrastrando su nariz de zanahoria y riéndose con sus bocotas de un solo diente. Mónica, una nena de tercer grado, fue la primera en animarse a salir. Se paró justo detrás de una bruja y tratando de que no se notara el pingui – pingui de su nariz muerta de miedo le dijo:
-     Vení…
-     ¡Que no quiero! – contestó la bruja.
-     Vení, que por allá están los chicos – insistió Mónica.
-     ¡Qué me importa!
-     Vení o te pincho la nariz…
-     Voy corriendo – dijo la bruja que era bastante miedosa.
                Mónica llevó a la bruja hasta el tobogán y cuando llegaron le dijo:
-     ¡Ahora subí!
-     No me gusta – protestó la bruja.
-     Subí o te pincho la cola.
                Y la bruja se subió al tobogán. Y Mónica se subió atrás de la bruja.
-     Ahora tirate – le dijo Mónica.
-     No, que me da miedo.
                Mónica no esperó más, le dio un buen empujón a la bruja que se fue resbalando por el tobogán mientras gritaba:
-     ¡Socorro, socorro! ¡Qué me mareo!
                Pero no gritó mucho, porque Enrique la estaba esperando abajo con su cacerola y la bruja cayó justito adentro. Rápidamente los chicos le ataron un globo de gas en la punta de la nariz de zanahoria, y la bruja empezó a subir. Y no paraba de gritar, la muy miedosa:
-     ¡Qué me vuelo! ¡Qué me bajen! ¡Socorro!
                Había dado resultado. Rápidamente atraparon a todas las demás. A una la hicieron subir al sube y baja. Cuando estaba sentada cómodamente, Jorge que era gordo y grandote, saltó del otro lado y la bruja salió volando por el aire. El gorro con pompón se le quedó enredado en la rama de un árbol. Ahí la agarraron los chicos. Le ataron el globo con piolín en la nariz, y otra bruja para arriba. A otro montón de bujas, las marearon en la calesita, y a un montón más, en las hamacas. El cielo se iba llenando de globos de colores y de brujas enanas.
                Cuando las personas grandes salieron de sus casas y vieron montones de brujas por el aire, no supieron qué hacer. Unos corrían, otros se escondían, los más se tropezaban, se caían y se chocaban. Estaban asustados. Muy asustados.
-     ¡Nos invaden las brujas extraterrestres! – decían los grandes.
-     ¡Las brujas extraterrestres nos atacan! ¡A casa chicos!
                Pero los chicos estaban muy tranquilos sentados en el cordón de la vereda, mirando subir a las brujas que cada vez parecían más enanas y menos horribles. Y a todos los grandes que venían a buscarlos le contestaban lo mismo:
-     ¡Qué tontería! ¡Grandes las brujas no existen!